Diamantes indigestos

Jank V. Kelly dejó impresas en el asfalto las huellas de los neumáticos de su «M.G.» frente al edificio en el que se albergaba el Diamond Club. Abandonó el coche sin abrir la portezuela, saltando por encima de la misma, y se dirigió al egregio local londinense donde más que refugiarse y encontrarse los poderosos del mundo del diamante, tejían sus negocios. Desde aquel edificio oscuro, con muros sucios por la niebla londinense, se controlaba el mundo del diamante. Penetró en el hall y una elegante public relations le recibió con la mayor de sus sonrisas. —Señor Kelly, el consejo le aguarda. —Creo que no me he retrasado, claro que si te llego a encontrar a ti un poco antes, me temo que esos viejos ricachos hubieran tenido que esperar por lo menos una hora.